Verguenza
El País 27/10/02
El Ejército se pasa al Polisario
TOMáS BáRBULO
En diciembre de 1975, El Aaiún era una ciudad
desolada. La mayoría de los saharauis habían huido de
la represión marroquí internándose en el desierto; los
10.000 civiles españoles habían sido evacuados junto
con sus pertenencias (1.000 automóviles y 300
toneladas de carga); los bancos habían cerrado sus
oficinas; Iberia había suspendido todos los vuelos con
Madrid; los edificios públicos, inventariados en
14.000 millones de la época (84 millones de euros),
habían sido abandonados; las instalaciones militares
(valoradas en 3.000 millones de pesetas, 18 millones
de euros) habían sido entregadas al nuevo ejército
ocupante. Incluso los muertos españoles habían sido
desenterrados, introducidos en 1.800 ataúdes llegados
en aviones y trasladados a cementerios de la Península
y de Canarias. Sólo el 40% fueron reclamados por
familiares. La mayoría pertenecían a legionarios y
prostitutas. Dos decenas de hombres del pelotón de
castigo de la Legión fueron los encargados de
desenterrarlos; se despidieron de sus viejas amantes
bailando con sus momias entre las lápidas del
cementerio.
El capitán Jaime Perote mandaba la última unidad
militar española que quedaba en la capital del Sáhara.
Eran 130 hombres, pertenecientes a la séptima compañía
de la octava bandera del Tercio Juan de Austria: el
núcleo duro de la Legión. Estaban acuartelados en el
Regimiento de Artillería, situado en el centro de la
ciudad. El gobernador general, Federico Gómez de
Salazar, les había encomendado proteger a los 700
españoles que liquidaban el traspaso del territorio a
los marroquíes y a los mauritanos.
La noche del 19 de diciembre de 1975, la radio del
capitán Perote comenzó a crepitar: un destacamento
marroquí estaba siendo atacado con fuego de mortero
desde el barrio de Jatarrambla. El militar se dirigió
al frente de una sección hacia esa zona, en la parte
alta de la ciudad. Pronto divisaron dos vehículos que
huían con las luces apagadas. Los legionarios les
cortaron el paso. Bajo la amenaza de las armas, varios
guerrilleros del Frente Polisario descendieron de sus
Land Rover, se cuadraron y saludaron a Perote:
-¡A sus órdenes, mi capitán!
Se trataba de antiguos soldados de la Agrupación de
Tropas Nómadas, que se habían incorporado al Frente
tras ser licenciados por los españoles. Perote conocía
a varios personalmente. Sabía que si los entregaba a
los marroquíes, éstos los fusilarían de inmediato.
También era consciente de que si los llevaba ante
Gómez de Salazar, pondría al gobernador español en un
aprieto. Optó por obedecer a su conciencia: les
proporcionó medicinas, provisiones y gasolina, y los
dejó ir.
Jaime Perote sabía que si entregaba a Marruecos los
saharauis, éstos serían fusilados de inmediato. Optó
por obedecer a su conciencia: les proporcionó
medicinas, comida y gasolina
A continuación acudió a la casa de Gómez de Salazar.
Eran las tres de la madrugada.
-Avise al general de que está aquí el capitán Perote
para darle novedades -ordenó al asistente que le abrió
la puerta.
-¡Pasa, pasa, Perote! -se oyó la voz del gobernador
desde el interior.
Gómez de Salazar estaba en el salón, envuelto en un
albornoz, revisando unos papeles. El capitán le relató
lo que acababa de suceder en Jatarrambla:
-Mi general, yo ya no sé quién es el enemigo. Hasta
julio era el Polisario. Pero después del intercambio
de prisioneros con ellos y del comunicado de sus
líderes en París respaldando la postura española, se
convirtieron en nuestros amigos. El nuevo enemigo fue
entonces Marruecos, que minaba las pistas del
desierto, atacaba nuestras unidades y ponía bombas en
las ciudades. Pero en octubre, tras el anuncio de la
Marcha Verde, se nos dijo que los guerrilleros
saharauis volvían a ser nuestros enemigos y que
debíamos controlarlos para que los marroquíes pudieran
desarrollar su estrategia. Me siento desconcertado y
manipulado.
Gómez de Salazar suspiró. Su misión había terminado
prácticamente; no había razón para seguir ocultando
sus impresiones.
-Perote, ¿no crees que a mí me pasa igual que a ti?
¿Crees que no pienso que España podía haber escrito
una página de justicia, de integridad y de prestigio?
¿Crees que no estoy convencido de que, si hubiese sido
necesario, nuestro ejército habría derramado una de
las sangres más puras de su historia?
A continuación le contó con indignación lo ocurrido en
la última reunión de la Junta de Defensa Nacional, a
la que había sido convocado.
-El presidente del Gobierno, Arias Navarro, sostenía
que España debía abandonar el Sáhara para conservar la
amistad de la mayoría del mundo árabe y no
indisponerse con Francia ni con Estados Unidos. Tanto
él como los ministros civiles estaban muy preocupados,
pues pensaban que sus colegas militares y el jefe del
Alto Estado Mayor, general Fernández Vallespín,
esgrimirían su honor militar y se opondrían a una
salida tan triste de lo que hasta entonces era una
provincia española. Pero la sorpresa llegó cuando
intervino Fernández Vallespín. El general y los
ministros militares rechazaron absolutamente una
confrontación bélica con Marruecos. Los ministros
civiles no daban crédito a que los militares se lo
pusieran tan fácil. ¡Entonces me di cuenta de que yo,
gobernador general del Sáhara, era el que menos sabía
sobre el futuro del territorio!
De enemigos a aliados
Los dos militares africanistas siguieron conversando.
Sus declaraciones reflejaban el ánimo del ejército del
Sáhara en vísperas del abandono del territorio. Sólo
en 12 semanas, sus enemigos se habían convertido en
sus aliados, y a la inversa, en tres ocasiones.
Mientras se sucedían las órdenes contradictorias de
Madrid, ellos eran los encargados de matar ahora a
polisarios, ahora a marroquíes, y de enterrar a sus
compañeros caídos en la lucha.
El mismo capitán Perote había estado a punto de morir
hacía menos de dos meses a manos de los marroquíes que
ahora tenía la misión de proteger. Una mina
contracarro estadounidense MA-9, enterrada por las
FAR, había estallado bajo su Land Rover, le había
fracturado una pierna y le había desgarrado los
tímpanos. Mientras estaba de baja, uno de sus
subordinados había muerto y dos oficiales y varios
legionarios habían sido heridos por otras minas
similares. A principios de noviembre, el capitán había
estado al mando de sus hombres en primera línea para
defender el territorio frente a la Marcha Verde.
Pero sería un error creer que la indignación del
ejército del Sáhara frente al Gobierno de Arias
Navarro era producto exclusivo de las ansias de
revancha o de la nostalgia colonialista. De hecho, los
primeros en comprometerse con el Polisario no fueron
los africanistas veteranos, sino los oficiales de la
Unión Militar Democrática (UMD), organización
clandestina integrada por partidarios de un cambio de
régimen.
El honor del capitán Vidal
Los muertos en el Sáhara fueron desenterrados,
introducidos en 1.800 ataúdes y trasladados a
cementerios españoles. La mayor parte eran legionarios
y prostitutas
El capitán de zapadores Bernardo Vidal no era un
militar colonialista. Había sido seducido por el
Sáhara entre 1960 y 1962, cuando fue enviado a Smara
para estrenar sus estrellas de teniente. En el
desierto creó fuertes lazos con los nativos de su
unidad. En septiembre de 1974 estaba destinado en
Madrid cuando una bomba colocada en los lavabos de la
cafetería Rolando, en la calle del Correo, junto a la
Dirección General de Seguridad, mató a 11 personas e
hirió a otras 70. La policía halló su número de
teléfono en la agenda de alguien supuestamente
relacionado con el atentado. No resultaba extraño,
pues el ya capitán era uno de los fundadores de la
UMD, organización muy ligada a la clandestina
oposición democrática. Dos policías de la Brigada
Político-Social lo detuvieron en su casa y fue
condenado a siete días de prisión. Cuando salió del
calabozo, su jefe, el futuro golpista Jaime Milans del
Bosch, le castigó enviándole a El Aaiún.
Para el capitán Vidal no había un destino mejor. Se
estableció en el Sáhara con su mujer y sus cuatro
hijos. En cuanto sus antiguos compañeros saharauis
supieron de su llegada acudieron a saludarlo. Entre
aquellos camaradas estaba Salama Mami, que en 1969
había participado, junto a Basiri, en la fundación del
Movimiento de Vanguardia de Liberación del Sáhara como
responsable de asuntos militares. Tras el sangriento
final de la manifestación de Zemla del 17 de junio de
1970 y la desaparición del líder nacionalista, cumplió
pena de cárcel en Canarias. Ahora vivía muy cerca de
la casa de su antiguo oficial, en una barriada nativa
llamada Colominas Roja. Como el resto de los
discípulos de Basiri, Salama se había afiliado al
Frente Polisario.
Bernardo, que tenía 41 años, y su mujer, que contaba
35, iban con frecuencia a visitarle. A veces
coincidían en su casa con saharauis de Marruecos, de
Argelia o de Mauritania y conversaban con ellos en
francés. Obviamente, eran miembros del Polisario de
paso por El Aaiún. Las charlas en torno a los
humeantes vasos de té verde dieron pronto paso a la
simpatía política. El español asumió un compromiso de
alto riesgo: comenzó a entregar a los guerrilleros
planos militares y manuales de minas que escamoteaba
del cuartel.
El coronel del Regimiento de Ingenieros, al que
pertenecía Vidal, era Aramburu Topete, que más tarde,
durante la transición democrática, sería nombrado
director general de la Guardia Civil. El 27 de octubre
de 1975 llamó al capitán a su despacho para darle una
orden confidencial:
-Mañana, a partir de las seis de la madrugada, debe
rodear los barrios nativos con alambradas. Sólo dejará
unos pocos pasos de acceso en estos puntos del mapa
para que podamos controlar las entradas y salidas de
los saharauis.
A las nueve de la noche, un abatido Vidal se presentó
en la casa de Salama. El capitán reveló a su amigo el
plan secreto del ejército: en unas pocas horas El
Aaiún sería convertido en una gran trampa. Salama hizo
correr la voz. Gracias al aviso, muchos miembros del
Polisario lograron huir al desierto antes del
amanecer.
Cuando los saharauis se despertaron, decenas de
hombres dirigidos por Vidal extendían kilómetros de
alambre de espino en torno a sus casas.
-Pero ¿qué hace España, capitán? -le preguntaban
sorprendidos los nativos.
-No es España; es el Gobierno, que os ha traicionado.
Pero el pueblo español os quiere -respondía Vidal con
un nudo en la garganta.
El Aaiún se transformó en un campo de prisioneros. En
torno a las alambradas fueron desplegadas patrullas de
soldados fuertemente armados; vehículos blindados
fueron situados en los cruces de calles, y
ametralladoras pesadas fueron emplazadas en lugares
elevados. Se decretó el toque de queda. Los coches
particulares debían circular con la luz interior
encendida. Quedaron prohibidas las reuniones de más de
tres personas. Los saharauis eran tratados como
sospechosos, aunque ninguno sabía por qué ni de qué.
A mediados de noviembre, Salama Mami hizo llegar un
recado urgente al capitán: el Polisario precisaba
sacar de la ciudad esa misma noche a uno de sus
líderes. A la puesta de sol, Vidal se vistió de
uniforme y salió a la calle. Algunos comerciantes y
prostitutas habían instalado sus negocios en tiendas
de campaña situadas a lo largo de las alambradas. Las
luces de los tugurios se mezclaban con las linternas y
los focos de las patrullas. Las armas brillaban entre
las voces de santo y seña.
El control por el que los saharauis pretendían pasar a
su hombre estaba custodiado por legionarios, que se
cuadraron cuando el oficial apareció con la excusa de
inspeccionar su trabajo. Mientras charlaba con ellos,
un coche se aproximó a la alambrada; al volante estaba
Salama. Los soldados se acercaron para inspeccionarlo.
-¡Pero si éste es amigo mío! -exclamó Vidal en tono
campechano.
El capitán Vidal no fue el único que se jugó la
carrera y la vida. Militares de toda clase y condición
se expusieron a consejos de guerra y pelotones de
fusilamiento para auxiliar a los guerrilleros
saharauis del Polisario
El capitán se aproximó al coche y saludó efusivamente
al conductor. Los legionarios retrocedieron. Vidal y
Salama charlaron en voz alta sobre cosas banales.
Luego el capitán se apartó de la ventanilla y dejó
expedito el paso al vehículo. Los centinelas no se
atrevieron a registrarlo. Acurrucado en el maletero
viajaba Mohamed Salek, que con el tiempo sería
ministro de la RASD.
En los días previos a la Marcha Verde, Bernardo Vidal
fue encargado de sembrar 60.000 minas antipersonas en
la frontera norte. Poco después, en ese periodo
confuso de órdenes y contraórdenes, le mandaron
desactivar gran parte de ellas y abrir un pasillo para
que entraran los marroquíes. Mientras realizaba su
trabajo, siguió pasando información y documentos al
Polisario. Continuaría haciéndolo durante años,
después de que España abandonara el Sáhara.
No fue el único que se jugó la carrera y la vida para
ayudar a los guerrilleros del Polisario. Militares de
toda clase y condición se expusieron a consejos de
guerra y pelotones de fusilamiento para auxiliarlos.
Sus sentimientos se describen en el Libro de la UMD:
'La culminación de la era de Franco, o el principio de
la monarquía, según quiera tomarse, ha sido lo que se
ha dado en llamar descolonización del Sáhara, lo que
en pura ética militar o política podría llamarse
engaño o traición. Traición al pueblo saharaui, al que
tantas veces se le ha prometido la autodeterminación;
engaño a todos los españoles, a los que han mentido
sobre las intenciones reales de la solución del
conflicto; y humillante engaño a los militares
españoles, que hemos hecho de marionetas al servicio
de unos intereses muy concretos y de unos pocos que,
recibiendo órdenes de USA, han vendido el Sáhara a
Marruecos'.
'Quisiera poder explicar la vergüenza sufrida al
desarmar a soldados leales; al rodear con alambradas,
carros, armas de todo tipo, a una población civil
indefensa, privándola de todo movimiento fuera de
control. Con los ojos desorbitados y con el orgullo de
un pueblo que quiere ser libre nos preguntaban
continuamente: ¿Por qué hace esto España?'.
Visita del Príncipe
El domingo 2 de noviembre (de 1975) llegaba a El Aaiún
don Juan Carlos, entonces jefe de Estado en funciones.
Ante la guarnición decía: 'Se hará cuanto sea
necesario para que nuestro ejército conserve intactos
su prestigio y honor', y afirmaba que 'España
trabajará por la paz y cumplirá sus compromisos
internacionales'.
'Días después, y para detener la Marcha Verde, se
llama de nuevo a los soldados nativos de la Agrupación
de Tropas Nómadas y de la Policía Territorial. Acuden
pocos al llamamiento, ya que gran parte de ellos se
han unido a las guerrillas del Frente Polisario. Una
vez que se retira la Marcha, se les licencia de nuevo,
lo que crea situaciones embarazosas entre los
militares'.
'Para los que han visto volar compañeros y vehículos
al pisar minas marroquíes, y han vivido una intensa
campaña terrorista en El Aaiún, con fuertes
explosiones y otras cargas descubiertas a tiempo ,
todo ello pagado y realizado por agentes marroquíes,
cuesta mucho entender el cambio de política
sobrevenido a raíz de los Acuerdos de Madrid firmados
el 14 de noviembre'.
La indignación frente a la traición del Gobierno de
Madrid prendió, pues, en las filas del ejército. Hubo
incluso legionarios que prefirieron desertar y
combatir junto al Polisario antes que ejecutar las
órdenes de reprimir a los saharauis.
“LA HISTORIA PROHIBIDA DEL SAHARA ESPAÑOL”. ED
DESTINO. TOMAS BARBULO
Añoranza
Monarquias genocidas
Sahara
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